FFN. FUTBOL CALLAJERO 2ª PARTE.

Hace ya unas cuantas semanas homenajeamos a esa variante del fútbol tan conocida por todos como olvidada por las actuales generaciones de jovenzuelos, quienes prefieren estar enganchados a la “play” a bajarse a la calle y pelotear un buen rato.

A raíz de ese post, también hablamos en otra ocasión, de los materiales usados para esas auténticas batallas futbolísitcas. El calzado, el balón, la vestimenta… pero nadie hasta hoy se ha dado cuenta que quedaron muchos temas por comentar, como por ejemplo, el proceso de formación de los equipos, los códigos no escritos o el tipo de niños/ jugadores que nos encontrábamos en aquel entonces. Vale la pena retomar por hoy, la vena más freak y así descargar un poco la tensión acumulada a lo largo de la semana anterior.
Bien, para empezar y a modo de introducción, querríamos desglosar un poco los prolegómenos de un partido callejero. Como bien sabéis, uno de los momentos más tensos era el momento de la elección de los equipos. Ese momento, en ocasiones, era una auténtica quimera. Primero de todo, nadie se quería mojar para elegir. Ante tal negativa, la solución más diplomática en el caso de que nadie al final claudicase, era que o bien los 2 considerados como los “jugones” fueran los electores, o en su defecto los 2 tuercebotas del grupo. De esta manera se pretendía compensar un poco a los 2 equipos.
De echo, en el proceso de elección había más politiqueo que en Eurovisión… Todos sabemos que una vez se van formando los equipos, y los elegidos se van ubicando detrás del elector, éstos empiezan a cohibir al líder para que escoja a uno o a otro. Si A escogía a un B que no es del agrado de un C, éste automáticamente montaba en cólera:

Pero que haces?!

Me cambio de equipo!

Porque no has escogido a D?

Vamos. que al líder se le criticaba más que a Txiki.

En la parte final del proceso de formación de los equipos, solía ocurrir (en el caso de que los malos no fuesen los jueces) que los típicos patanes del balón estaban todavía “libres”. La situación era un poco tensa y difícil para el elector.
Si quedaban 2 por escoger, y los 2 eran auténticos homicidas del balón, la decisión se solía tomar por los siguientes factores:

1) Acepta ser portero sin rechistar

2) Es el típico tipo que a pesar de ser más malo que el SIDA, se lo toma con mucha competitividad y es un autentico carnicero

3) Porque uno da más pena que otro

4) Uno de los 2 es Bonilla

5) Intereses comerciales (cese de videojuegos, propietario del balón, hermana guapa etc..)

Una vez ya formadas las escuadras, el siguiente paso era decidir quien ocupaba la portería. Para ello habían varios métodos, pero son destacables 2:

1) Soluciones diplomáticas: cada 1 gol se va cambiando, quien toque el último la portería, por orden de edad etc…

2) Soluciones drásticas: el más malo “se mete”, el tontito pringa o el dueño de la pelota queda inmune.

Vistos todos estos pormenores previos al inicio del partido, quizás es hora de que vayamos centrándonos en el principal activo de una pachanga callejera; el jugador.
En una barriada, antaño, solían haber muchísimos niños en la calle peloteando, y por eso, la cantidad provoca la variedad, lo que nos llevaba a distinguir muchísimos tipos de jugador. Los había de todos los colores:

1) El quiero y no puedo. Era el típico tocho que no te sabía dar un pase a 2 metros. Por no tener, no tenía ni pase, ni chute ni un ápice de técnica, pero todo eso lo suplía con un espiritu competitivo fuera de lo normal. Si tenía que marcar a uno, lo hacía hasta límites insostenibles. Si tenía órdenes de ser duro, lo mínimo que rompía era tíbias y así un largo etcétera de misiones oscuras.

2) El palomero. Aquí surge la figura mundialmente conocida por todos. El jugador que nunca sudaba, que apenas se manchaba pero que por contra, se iba a su casa con unos registros goleadores descomunales. Vivía perpetuamente pegado a la portería rival, sin bajar a defender y limitándose a reoger cualquier rechace o pase de la muerte que pasase por ahí. Generaba la indignación de todo el mundo. El por eso, se defendía con un :” hay que estar ahí”

3) El chupón. Que rabia daba!! Solía ser el jugador con más técnica de la cuadrilla, o si más no, de los mejores. Tenerlo en tu equipo representaba que la cuota de aburrimiento e irritación subiese a tope. La impotencia que generaba como un desmarque perfecto quedaba en nada era incalculable. No soltaba el balón ni a hostias. Ahora bien, si uno decidía en una jugada aislada marcarse un detallito individualista, el chupón no tardaba en recriminártelo.

4) El rabias. Su nombre es perfecto. Era el que solía generar más rabia de todos. El típico niño que ya jugaba federado en el equipo del barrio y que se creía que por ese solo motivo, ya estaba por encima del bien y del mal. Era quien gritaba ¡¡plancha!! cuando uno levantaba un poco la pierna para robar un balón o hacia aspavientos cuando un jugador efectuaba mal el saque de banda. Su pedantería acababa por dejarlo fuera de cualquier pachanga callejera.

5) El crack. Quien no tenía un crack en su colla? El deseado por todos, el jugador por el que todos los niños se peleaban por tenerlo en su equipo. Normalmente lo tenía todo.. era generoso, tenía mucha técnica, era rápido, tenía gol, Siempre se decía aquello de : “este si quiere, llegará lejos” y ahora es el kioskero. Y nos quejamos de Txiki!!

6) El tarugo. Noralmente solía ser el “rechonchete” de la cuadrilla. El jugador entradito en carnes (a veces era de los más técnicos) y que destacaba por encima de todos. Solía infundir respeto tanto por su envergadura como en su manera de jugar. No escondía la pierna y poseía un disparo por encima del resto (y eso que no valía “cañardo”). Odiaba a muerte al rabias.

7) El engañado. Aquí Daniel Arias puede darnos un máster. Bastante malo con los pies, y más cercano al “quiero y no puedo” que a otra especie. Sus amigos, un buen dia empezaron a convencerle que había nacido para jugar de portero, que lo hacía muy bien. Dicha mentira empezó a coger tal veracidad, que el mismo acabó por creerselo. Se tiraba a todas y acababa con la ropa manchada y los codos pelados. Creemos que de esas mentiras han salido grandes porteros. Obviamente, no es el caso de Daniel.

Habían muchos más tipos, así que si recordáis alguno más, por favor, hacernóslo saber.
Como véis, algo que nos aprecía tan simple como bajar a la calle y empezar a correr detrás de un balón, traía tras de si una serie de aspectos y características más rebuscadas de lo que creíamos en ese momento.
Lástima que la ilusión que le poníamos por aquel entonces no la hayan puesto de igual modo algunos que tienen la posibilidad de hacerlo al primer nivel mundial.. Como ya nos estamos encendiendo, mejor que demos por cerrado el post. Nuestra infancia y nuestros recuerdos, no merecen ser manchados.

No sabéis cuanto se disfrutaba en la calle!